La historia económica y financiera está plagada de acontecimientos
inimaginables que se acaban convirtiendo en inevitables a una velocidad
asombrosa. Europa ha evitado de madrugada, con las ya habituales dosis
de melodrama y nocturnidad, uno de esos peligrosos lances: la ruptura de
la eurozona -al menos por el momento- por el eslabón más débil, Grecia. El club del euro ha
aprobado, con varios días de retraso y a ultimísima hora, el nuevo plan
para evitar la suspensión de pagos de Grecia: 130.000 millones de euros
en créditos baratos a cambio de una enorme cesión de soberanía por parte
de Atenas, probablemente la mayor realizada por un país en tiempos de
paz. La alternativa era una suspensión de pagos
desordenada y un efecto contagio peligrosísimo en los mercados de deuda y
en el sector financiero. A primera vista, ese obstáculo se ha salvado:
el euro y los mercados reaccionan positivamente al pacto, pese a que la
incertidumbre se ha mantenido hasta el final.
El día de la verdad para Grecia ha servido para constatar una de esas
máximas inapelables: en economía no hay comidas gratis.
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